El caso del Mónaco resulta bastante curioso, y hasta atípico, puesto que tachar de 'humilde' o 'equipo pequeño' a un club que representa a una de las regiones más ricas y glamurosas del mundo no deja de ser un tanto tendencioso, pero lo cierto es que dentro del 'circo' del fútbol el Mónaco representa una parte prácticamente insignificante. Ganan peso estas palabras viendo su situación actual, disputando sus partidos en el Louis-Dugauguez de Sedan o en el Stade Parmesain de la ciudad de Istres, en la preciosa provincia de Alpes-Costa Azul. La segunda categoría de un ya de por sí desvalorizado campeonato nacional francés.
Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en el que en Mónaco no sólo se disfrutaba de una vida principesca en su costa plagada de los yates más lujosos del mundo, en su Gran Casino o en el Palacio Principesco, residencia de la realeza monegasca. Un tiempo en el que un estadio con nombre de rey eterno, el Louis II, acogió entre sus pequeños y coquetos muros partidos del más alto nivel mundial. El sueño empezaba la temporada 2002-03, cuando en la plantilla del AS Mónaco se reunieron un puñado de jugadores jóvenes, algunos totalmente desconocidos y otros con un gran porvenir por delante, pero sin haber demostrado nada aún. De esta forma, los Giuly, Nonda, Plasil, Prso, Rafael Márquez, Patrice Evra o Squilacci navegaban al son de un comandante novato, con un nombre inmaculado como jugador en el fútbol francés y europeo, pero con todo por demostrar y recorrer en los banquillos, Didier Deschamps.
Después de cuajar una magnífica campaña, luchando por el campeonato contra el gran Lyon (que se alzaría con cinco ligas consecutivas), finalizó en segunda posición, con el congoleño Shabani Nonda como máximo artillero con 26 goles y con Prso y Giuly dentro del top-10 de goleadores, con 12 y 11 goles respectivamente. Los monegascos jugarían la próxima edición de la Liga de Campeones, se lo habían ganado a pulso y no iban a desaprovechar la oportunidad.
Con pequeños, pero significativos, cambios en el equipo, como el traspaso de Rafa Márquez al Barcelona o la llegada de Fernando Morientes en caldidad de cedido por el Real Madrid, el Mónaco afrontaba una de las temporadas más apasionantes de su historia. El camino en Europa no podía empezar mejor: después de quedar encuadrado en un grupo bastante asequible, con Deportivo, PSV Eindhoven y AEK de Atenas, consiguió finalizar como primero, incluyendo un antológico 8-3 (hasta ahora nadie ha superado esa cifre en un partido de Champions) en casa frente a los coruñeses con un póker de goles del croata Dado Prso.
En octavos de final esperaba un Lokomotiv de Moscú que había terminado segundo en su grupo por detrás del Arsenal. Los rusos, liderados por Loskov y el exrealista Dmitri Khohklov, vencieron al conjunto de Deschamps en la ida en Moscú, pero los del Principado dieron la vuelta a la eliminatoria e hicieron bueno el 2-1 que marcó Morientes en un Estadio Lokomotiv nevado; próximo asalto: el Bernabeu. Y allí Morientes se cobró su 'pequeña' venganza, ya que su diana en la derrota por 4-2 en la ida fue crucial para que, con un 3-1, consiguieran dejar en la cuneta a todo un campeón de Europa dos ediciones anteriores.
Tan sólo el Chelsea se entrometía ya en el imparable camino de los de Deschamps hacia la gran final de Gelsenkirchen. La eliminatoria, en líneas generales, resultó más plácida que la anterior. Pese a jugar la vuelta en Stamford Bridge, el marcador de la ida en el Louis II, con goles de Morientes, Prso y un Nonda que reaparecía tras estar siete meses lesionado, dejaba buenos presagios. Hernán Crespo daba esperanza a los 'blues', entrenados por aquel entonces por Claudio Ranieri (curiosamente ahora entrenador del equipo en Segunda). En la vuelta, los tantos del danés Gronjkaer y Lampard daban el pase momentáneo al Chelsea y ponían el miedo en el cuerpo a los visitantes. Aún así, el gol de Ibarra tranquilizaba a los visitantes, que veían como el gran sueño de disputar la gran final se hacía realidad con la sentencia, de nuevo, de Fernando Morientes.
Llegaba la gran final y en ella esperaba un Oporto que se había transformado en el equipo de moda. Con un técnico bastante desconocido ('bastante' porque venía de ganar la UEFA la temporada anterior), traductor de Bobby Robson en su etapa en el banquillo del Barça. Alenitchev, Deco, Maniche, Costinha, Bosingwa, Ricardo Costa, Ricardo Carvalho, Helder Postiga, Derlei...Nombres que ahora nos suenan muchísimo pero que por aquel entonces se empezaban a dar a conocer con un Oporto que haría historia. Lo que no tuvo historia fue el duelo en Gelsenkirchen; sólo existió un equipo en el terreno de juego y ése fue un Oporto que, literalmente, lo bordó. Consiguió minimizar al Mónaco, que fue incapaz siquiera de rematar a puerta. El sueño, todo el camino recorrido por Deschamps y los suyos no podía ser culminado con la guindilla final. Pero, como se dice vulgarmente, que les 'quitaran lo bailao'. Habían hecho historia para su club, para el fútbol francés y para ellos mismos. Y eso ya no lo olvidarían jamás...
Triste es ver ahora al Mónaco en la Ligue 2. Primer clasificado después de ser comprado por un magnate ruso, que ha conseguido atraer al Principado a algunos jugadores de cierto renombre en el fútbol francés, busca desesperadamente recuperar algo del prestigio perdido tras aquella estratosférica hazaña. El Louis II y la alta sociedad monegasca anhelan volver a acoger encuentros y fútbol de primer nivel, acorde con entorno de tintes principescos más propio de un cuento de hadas que de la vida real...
Os dejo el que probablemente pase a la historia como el mejor partido de la historia del AS Mónaco, para sentarse y disfrutar de un partido Champions 100%!
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